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Capítulo 2: El mago de bata blanca

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En la vereda La Argentina del municipio de Yolombó (Antioquia), que visito con relativa frecuencia, hay una familia con la que tengo la confianza suficiente como para llegar muy temprano en la mañana (duermo en otra casa, que considero como mía en esa comunidad) a ducharme y prepararme para la atención de los pacientes. La encargada del hogar es doña Helena, de unos sesenta años, muy delgada, cabello gris, baja estatura, amante del cigarrillo, de piel morena, es dinámica y muy servicial. Ella me ofrece siempre una de sus mejores toallas, las chanclas de su esposo y hasta un jabón sin desempacar. Con estos detalles, cada vez que viajo desde Medellín, voy mucho más ligero de equipaje. A mi salida del baño me tiene listo un delicioso café hecho en agua de panela y una arepa con huevo revuelto con cebolla y tomate con la cantidad de sal exacta, pues con la rutina de tantos años ya doña Helena tiene el cálculo justo y en su punto. Mientras desayuno, disfruto de las imponentes m...

Prefacio

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  Quienes tuvimos la fortuna de nacer en los setenta, recordamos con mucho agrado algunos programas de televisión como Plaza Sésamo , Pequeños Gigantes , Chespirito , Mazinger Z , El Hombre Nuclear, La Mujer Biónica y Capitán Centella , entre otros. No contábamos con internet ni con teléfonos celulares, así que jugábamos varias horas al día con amigos y decenas de primos. La calle era nuestro maravilloso patio para jugar “ la lleva ”, “ pañuelito ”, “ escondidijo ” y “ ponchado ”, que eran los juegos rutinarios y que alternábamos con los torneos de fútbol en los que, por usar como canchas aquellas calles mal pavimentadas, destrozábamos nuestros únicos tenis Croydon, para enfado de nuestras madres. Palos con las camisetas y algunas piedras se convertían en sólidas porterías cuyo ancho se medía con algunos pasos. Una y otra vez éramos llamados por nuestras pacientes madres quienes, desde los balcones y ventanas, controlaban el tiempo y nuestras rutinas. Eran tan pocos los automó...

Agradecimientos

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     El médico de las montañas, ha sido una maravillosa empresa que yo solo no hubiese sido capaz de afrontar. Ahora comprendo bien por qué los detalles que se gestan alrededor de un libro dejan a tantos "corredores" tendidos en el camino. Mis primeros textos fueron leídos por mi hermano Juan David, mi prima Cristina Salazar, mis padres y algunos colegas y fieles amigos como el doctor Rodrigo Restrepo González y Alma Alexandra Hoge, quienes me animaron a seguir escribiendo. La Dra. María Patricia Arbeláez, Ph.D., tutora y gran maestra de la epidemiología me motivó a publicar mis escritos y, así lo hizo también, otro grupo de notables miembros de la Academia de Medicina de Medellín. Después de esas palabras de aliento ya no había marcha atrás.      Miguel Ángel Ríos, un gran profesor de literatura, contribuyó en forma disciplinada y decidida a mejorar mi estilo de redacción y me recomendó a una ilustradora muy cercana a él para que algunos capítulos tu...